La noche atravesaba el cristal, como si el interior y el
exterior se encontraran, melancólicamente hermoso como un instante perdido, el
sonido de la lluvia suave acompasando sus latidos, y el bufido de la respiración
de él, requiriéndola desde la cama. Cada paso que la llevo a esa noche pasando
por su cabeza, la tristeza de saber que solo podría retenerlo en su corazón, y
la colcha abrazándola en su soledad acompañada, ni el sueño más osado la
hubiera puesto ahí enfrente a ese ventanal con un cuerpo exhausto de amor
tumbado a sus espaldas en la cama, una lagrima recorriendo su mejilla, y el vacío
apoderándose de su pecho. Unos brazos rodeándole el cuerpo, un mentón apoyado
es su hombro el susurro codiciado haciéndose eco en sus oídos, la misma inherente
certeza del final que se a vecina, aprisionada en el abrazo ajustado, en el silencio que casi se
vuelve sollozo, en la realidad que los espera a la vuelta de la esquina y el
plural que no debe ser dicho, una voz entre cortada negando lo obvio, dos
corazones que al fin encontraron su nido, la quietud de la noche, la esperanza
dibujada en las montañas, el rio corriendo , la luna escondida en la privacidad
de unas nubes, la lluvia que cada noche suena a canción de cuna, un abrazo que
se propone ser infinito, un instante que nunca ha ocurrido, un silencio
embriagadoramente hermoso, dos cuerpo, dos mentes torturadas , un amor
inimaginable y la postal encuadrada frente a la ventana.
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