Todo parece flotar entre colores
y formas difusas, mientras tus promesas se diluyen entre las notas que Silvio recita
en mis auriculares.
El tatuaje en mi muñeca canta nuestra
verdad en pasado, lo que tus ojos y los míos gritan silentes y la razón de
tanta poesía y el escalofrió refugiado en los mejores y más largos abrazos.
Una guitarra, una tarde de
invierno, unos ojos suplicantes y la razón que nos negó una posibilidad pero nos
regalo una amistad.
Chagall siempre pinta en mis
recuerdo tu rostro, la banda sonora de nuestras encuentros, las largas y
interminables tertulias, los correo electrónicos que no hablan de nada, pero
dicen todo, los dos convertidos en personajes, mis manos habidas de poesías,
las tuyas sobre las teclas del piano invocando a Chopin; aun no sé si porque es
mi preferido o porque lo compartimos.
Atesorando instantes efímeros como
aquel en que apoyando mi cabeza sobre tu
hombro mientras tus manos discurrían sobre las notas, mis ojos se divagaban detrás
de las hojas de los árboles y el viento recolectando poesías futuras.
Eres, mi lugar favorito, mi
refugio, mi más fiel escudero, un suspiro retenido en un libro en lo alto de un
anaquel esperando lo que nunca llegara.
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