Odio la sopa de pollo, tanto como los resfríos; no sé si es
el olor que me recuerda enfermedades que me hicieron perder gente que amaba; o
la asociación directa de la misma con mi dificultad para respirar y las
montañas de pañuelitos desechables que acumulo a un lado de mi cama; pero la
verdad que es como si su olor me remontara a este estado; al embotamiento, y el
dolor de cabeza; a las ganas de dormir, y dormir más; a mis labios secos, y la
garganta que carraspea; por no poder respirar por la nariz. Mi cama pierde
comodidad al paso de las horas; el calor nunca llega a ser cálido del todo; la enormidad y el vació; las olas rompen en la playa y el sol que raja sobre la arena; esta distancia hoy
te necesita y mis sabanas en coro
mudo te llaman, necesitan como mi cuerpo tus brazos; el murmullo de tu voz, leyéndome un
libro hasta que el sueño se volviera a apoderar de mí; tu mano jugando
con mi cabello , el descanso, ese real descanso que solamente se logra al
tenerte de almohada; los guantes colgado fuera del refugio eterno que
compartimos; ahí donde puedo ser niña otra vez y la mujer combativa y siempre
alerta baja su guardia; porque la seguridad de tenerte, de no tener que luchar
por lo que creo porque estás ahí para tomar la posta cuando las fuerzas me
dejan; aunque sea para dormir, aunque sea por un estúpido refriado, aunque sea para acallar mi próxima protesta
por odiar la sopa de pollo; que muy tiernamente cocinaste para que me sintiera
mejor.
La distancia hace aún más fuerte tu recuerdo; la esperanza de encontrarnos de nuevo más allá de estas letras; de las páginas que en otros tiempo con otros rostro nos hemos dedicado. La fiebre arde desde los ojos hasta mis manos; el cansancio juega con mi cabeza; puedo escuchar las olas, aunque vivo en un país mediterráneo; puedo oler la sopa de pollo humeante, mientras mis manos caminan por el teclado; siento tu abrazo atravesando la literatura para acurrucarme, y el antigripal que ya logro su efecto desdibuja por completo la realidad y la ficción donde nos encontramos.
La distancia hace aún más fuerte tu recuerdo; la esperanza de encontrarnos de nuevo más allá de estas letras; de las páginas que en otros tiempo con otros rostro nos hemos dedicado. La fiebre arde desde los ojos hasta mis manos; el cansancio juega con mi cabeza; puedo escuchar las olas, aunque vivo en un país mediterráneo; puedo oler la sopa de pollo humeante, mientras mis manos caminan por el teclado; siento tu abrazo atravesando la literatura para acurrucarme, y el antigripal que ya logro su efecto desdibuja por completo la realidad y la ficción donde nos encontramos.
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