Cuando las rosas van perdiendo inevitablemente su aroma
diluida en el hedor impertinente de la monotonía;
o acaso el “Nácar” en flor pierda su simple dulzura
por el cinismo reinante en las almas impuras
Cuando todo parece desolado y el huracán arrastra la esperanza
Lejos de mi orilla
Te vuelvo a ver sereno y calma, cálido y ecuánime
con el temple de un santo y la certeza de quien dio en la
vida sin pedir nada a cambio
Los parpados casi cerrados, la mecedora en su vaivén mágico
el final de la tarde debajo de la enramada
justo donde las recuerdo se vuelven polvo
y espanto mis miedos en el recuerdo sutil de sus miradas.
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