El otoño tiene un influjo mágico casi místico sobre mí,
sobre la atmósfera y la tarde. Las hojas pavimentando las veredas de sus
caducos y cálidos tonos, mientras el paseo es una norma, casi una ley implícita
entre ambos. Dos manos entrelazadas, tus pasos que a la fuerza en lentecen a los
míos, el sol descendiendo en tangencial hermosura, la plaza que nos espera, el
mate que desde su bolso me dicta los tópicos de nuestra charla, un profundo
suspiro silenciado por la ciudad agitada que no se da por aludida de nuestro
escape, tu mano que se suelta de la mía, buscando exitosamente mi cintura y esa
proximidad tan cotidiana. Mi cabeza
busca tu hombro para recostarme, aún falta para llegar, sé que sin decirlo
escarmientas mi ausencia tratando de que disfrute el momento, unos transeúntes frente
nuestro me recuerdan algún viaje que no compartimos, las sombras se alargan, la
tarde nos tienta, nuestro banco en la plaza se acerca, las palabras empiezan su
derrotero, el mate relaja la jornada, el sur susurra bienestares, vos y yo
alivianamos tensiones en procesión de relatos estresantes, que pierden su
fuerza al dejarse llevar por el viento. El termo va cediendo al frenesí de la conversación;
y cuando el ultimo trajo llora en mi boca, guardas el termo, me acercas a vos y
suavecito al oído reconfortar el comienzo de la noche con un “hoy cocino yo”.
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