Es el dejo esmerilado de Rio que se escabulle desde mis oídos,
y recorre mi cuerpo rememorando el mar, rememorando el amor, rememorando el
embrujo sonoro que desde los labios orientales y norteños retumba en mi memoria
emotiva regalándome alas rítmicas acompasadas a la felicidad que mis letras
encontraron en aquel tiempo.
La melancolía casi extinta, aromada a húmeda bruma que baja
de los morros, al sol poniéndose y el viento susurrándome poesías; mis manos
libres sobre las hojas que retenidas por
un tiempo anterior y doloroso se añejaron para explotar mejoradas en verborrea
compulsiva frente al atlántico que las acunaba en su vaivén.
Carioca es el ritmo, la dicción me representa y mi pasado
parece concordar con el suyo, la sonrisa se comparte, la prosa brota y el
sentimiento sintetizado en canciones se convierte en quimera, en esta conversación
incongruente entre mis manos y su música; una amistad que no conoce de personas
y se convierte en personajes, cuando sus acordes de guitarra suavizan mi áspera
realidad y en oasis lingüístico me
escapo ha escribir poesías.
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