La cortina corrida me presenta el panorama; la tormenta azotando
el cristal y yo allí de pie, perdida tras mis pensamientos, al borde del acantilado
donde suelo meditar, en ese lugar oscuro pero mío que pone todo en perspectiva; el mar tempestuoso e iracundo a los pies del abismo, el viento con perfume salado escociéndome
la piel, la soledad del vacío enfrente y la solemne severidad de mis
pensamientos.
>No vayas por ahí<, me susurras al oído, abrazándome y
apoyando tu mentón sobre mi hombro; vuelvo en mí solo porque me sostienes, porque
estas ayudándome a dejar de lado estos pensamiento, esos que conoces porque conoces la oscuridad y los dolores añejados que quieren linchar al culpable,
condenado hoy por otras culpas.
Sonrió, seco una lagrima que osó asomarse, me acomodo en mi
asilo favorito, tu abrazo, y escucho tu argumento, la razón que le pone luz a mis
temores, tu claridad es sobre cogedora y reconfortante.
Ya estamos ambos en el sillón en silencio mirando la venta y la
lluvia que de apoco se convierte en garúa; suelto una carcajada contagiosa, tu
ríes también, de repente me detengo y con cierta ironía repito >Después de
la tormenta siempre viene la calma< volvemos a descostillamos por lo
trillado de la frase y el sarcasmo se hace dueño de tu cara, aun así o tal vez
por ello entiendo lo que planteas y el trámite de los acontecimientos parece
perder seriedad o tal vez aun la guarda pero luego de hablar de ello todo se ve
distinto.
Me dejas por un minuto sola, vuelven a llevarme mis pasos frente a la ventana, la lluvia volvió a cobrar fuerza, el viento agita las ramas de los árboles y tu sentencia llega aromada a Te Chai, ese que te acompaña des de la cocina >No eres como ellos, no cometerás sus errores, no te dejare que lo hagas<
Y me desplomo en catártico sollozo, uno que contengo hace años, uno que me duele de muchas formas, uno que agradece tu presencia en este instante.
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