Nuestro ultimo
encuentro no fue del todo agradable, la sensación de ira contenida en palabras
quedo ya en el subconsciente colectivo, espero poder mitigarlas con la certitud
que consumida mi rabia después de desaparecer casi 24 horas de la vista de mi
contendiente anterior, no solo acalmo el tsunami de improperios sino que se convirtió
en suave y delicada ola que acaricia los pies al caminar por la playa durante
una puesta de sol.
Pero la verdad
que después de gastar mi saliva en inconclusas discusiones, que son mas monólogos
de sordos que un intercambio coherente de ideas, en la que la mayoría un poco
segado por su terquedad propia, por el color de su bandera y mucho por ese gen domínate
en mi familia de no perder nunca en una discusión; catalizados por el alcohol y
la falta de verdaderos argumentos negativos, me acosté con la promesa de cocinar
el almuerzo.
Mi cabeza
retumbaba recordándome la cantidad de vasos de cerveza con los que había
suavizado la noche, y culpa de las cuales me levantaban a esa hora para bajar a cocinar el mentado “Pato a la cazadora”
que no es mas que una forma elegante de llamar a un común y poco ponderado Guiso;
llevaba por lo tal unas dos horas parada en la cocina, un poco preparando lo
que llevaría el guisado y mucho enfrente a la burbujeante olla que custodiaba
como perro para que a nadie se le diera por meter la mano y cambiar el
resultado final; cuando llego, gusto como los recuerdos de la adolescencia,
dolorosos, lejanos y nada gratos, se apropio ese sostenido y estrujante dolor
en el bajo vientre. Un par de manos invisible
y perversas tomaron mi llorosa matriz, y cual trapo sucio la retorcían para
sacarle su humedad, el dolor me doblo, tuve que sentarme en la butaca mas
cercana , y después de respirar profundo varias veces tratando de no recordar
la anteriores y lejanas veces que postrada en la cama lloraba por aquel mal
recuerdo, hasta la aparición maravillosa y mágica de una pequeña milagrosa y
amada pastillita amarilla.
Sucumbí después de
cambiar la butaca por el sofá de la sala a las insistencia por el publico al
consumo de algún tipo de medicamento, salí a comprarlo y luego de servir el
suculento almuerzo a los comensales me refugie el los brazos amorosos calidos e
inigualables de mi lecho; en el cual ya medicada y con la compañía de viejos
recuerdos que vibraban en mi celular resistí por 24 horas, hasta que el dolor
sin irse del todo me permitió volver a la vida cotidiana.
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