martes, 29 de enero de 2013

Dia 2


Nuestro ultimo encuentro no fue del todo agradable, la sensación de ira contenida en palabras quedo ya en el subconsciente colectivo, espero poder mitigarlas con la certitud que consumida mi rabia después de desaparecer casi 24 horas de la vista de mi contendiente anterior, no solo acalmo el tsunami de improperios sino que se convirtió en suave y delicada ola que acaricia los pies al caminar por la playa durante una puesta de sol.
Pero la verdad que después de gastar mi saliva en inconclusas discusiones, que son mas monólogos de sordos que un intercambio coherente de ideas, en la que la mayoría un poco segado por su terquedad propia, por el color de su bandera y mucho por ese gen domínate en mi familia de no perder nunca en una discusión; catalizados por el alcohol y la falta de verdaderos argumentos negativos, me acosté con la promesa de cocinar el almuerzo.
Mi cabeza retumbaba recordándome la cantidad de vasos de cerveza con los que había suavizado la noche, y culpa de las cuales me levantaban a esa hora para  bajar a cocinar el mentado “Pato a la cazadora” que no es mas que una forma elegante de llamar a un común y poco ponderado Guiso; llevaba por lo tal unas dos horas parada en la cocina, un poco preparando lo que llevaría el guisado y mucho enfrente a la burbujeante olla que custodiaba como perro para que a nadie se le diera por meter la mano y cambiar el resultado final; cuando llego, gusto como los recuerdos de la adolescencia, dolorosos, lejanos y nada gratos, se apropio ese sostenido y estrujante dolor en el bajo vientre. Un par de  manos invisible y perversas tomaron mi llorosa matriz, y cual trapo sucio la retorcían para sacarle su humedad, el dolor me doblo, tuve que sentarme en la butaca mas cercana , y después de respirar profundo varias veces tratando de no recordar la anteriores y lejanas veces que postrada en la cama lloraba por aquel mal recuerdo, hasta la aparición maravillosa y mágica de una pequeña milagrosa y amada pastillita amarilla.
Sucumbí después de cambiar la butaca por el sofá de la sala a las insistencia por el publico al consumo de algún tipo de medicamento, salí a comprarlo y luego de servir el suculento almuerzo a los comensales me refugie el los brazos amorosos calidos e inigualables de mi lecho; en el cual ya medicada y con la compañía de viejos recuerdos que vibraban en mi celular resistí por 24 horas, hasta que el dolor sin irse del todo me permitió volver a la vida cotidiana. 

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